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RECOLECTANDO MORAS PARA UN PASTEL


Es tiempo de moras y la naturaleza dadivosa y suave en este rincón del planeta, nos las da. 

Ayer quedamos un pequeño grupo y J.L. que es el que nos hizo de guía, nos llevó a un lugar que ya bien lo advirtió: “Tiene algo”.


Y efectivamente, iniciando el paseo, muy pronto se deja percibir ese “algo” que es mágico. 

El lugar es un paraje de Benifato, un pueblecito en pleno valle de Guadalest que se sitúa en la ladera de la sierra de Aitana.


Picos en forma de torre que evocan castillos naturales de piedra noble, pequeñas fuentes que sorprenden en cualquier parte del camino, aljibes, pozos de nieve… Todo formando parte de un bosque encantado

A medida que te introduces en el sendero y la soledad inicia su diálogo, el monte te toma para él. Y dejas de ser persona para convertirte, a poco que abras tu alma, en una ninfa o un duende que curiosos e invitados van a un festín para los sentidos, algo emocionante.


El sendero es además, un sendero botánico, de gran valor para los amantes de la naturaleza, guía en mano.


La subida es suave, una caminata relajada en donde enseguida aparecen los rincones


Siluetas de fantasía

Riachuelos mínimos

Para seguirlos hasta la fuente

Y las joyas buscadas: las moras


Estas pequeñas perlas negras que parecen ofrecerse protegidas bajo siete espinosos dragones.




Un paseo muy bonito en donde la vida rebosa. Todo un descubrimiento de la zona.






De regreso, integrado en el bosque y como para que el hechizo no caiga bruscamente al contacto con lo humano, una especie de merendero nos recibe de nuevo a la civilización


Y allí merendamos y dimos cuenta de nuestros botines recolectados


Todavía en el camino de vuelta, paramos en un par de sitios que vimos repletos de moras


Y así cayó la tarde, hasta que la luna nos vino a despedir muy sutilmente.


Todavía nos quedó por visitar el morabito, una historia bien curiosa que supe a través de J.L. y que yo no conocía, y aunque os la contaré pronto más detalladamente, os explico muy por encima de qué va.

Resulta que este lugar, había sido centro de peregrinación de la fe islámica durante muchos años. 

Un morabito, para recordarlo, es una especie de santón sufí, y también es por extensión, el lugar en donde éste vive o queda enterrado a su muerte. Algo así como una ermita o santuario para los seguidores de la fe en cuestión.

En la Wikipedia por ejemplo, el morabita se ilustra con la siguiente fotografía:


Pues bien, justo aquí, vivía un morabita llamado Sid Bono, descendiente de una familia de Toledo. 

Cuando murió, su sepulcro, cuyos restos pueden estar muy cerca de donde estuvimos, fue un lugar de peregrinación consentida por los cristianos de la época. Tanto, que incluso se tiene conocimiento de un impuesto que los peregrinos tenían que pagar, hacia 1336, por pasar hacia el lugar.

En 1540 la Inquisición se metió por medio y abrió un expediente que acabó bastante mal para el señor de aquellos tiempos D. Sancho, que acabó obligado a vivir en un convento de Cuenca y a abandonar sus propiedades en este lugar. 

Pero la historia del morabito de Benifato, considerado el centro de peregrinaje más importante de Al-Andalus, había durado unos 400 años. 

En Mayo del 87, miembros del departamento de árabe de la Universidad de Alicante, tras seguir el rastro, descubrieron los restos de la mezquita de Sid-Bono. 

El hallazgo consistió en dos muros semienterrados, con abundantes restos humanos, entre ellos una tumba que se cree podría ser del fundador, y todo un sistema de regadío desenbocando en una balsa, algo propio de los morabitos. 

Lo remarcable respecto al lugar de nuestra excursión es que como se explica en la  Wikipedia respecto al terreno que ocupa un morabito, en el lugar: 

“la vegetación queda inalterada por el rigor y el respeto al lugar sagrado. Los morabitos siempre se ligan a puntos de agua, ya sean pozos, riachuelos, ramblas o fuentes, casi siempre en lugares altos y que ofrecen la oportunidad de ser enterrado junto al santo, por lo que casi siempre podemos hallar un pequeño cementerio en el entorno. Un árbol sagrado al menos preside igualmente el lugar, sobre el que se cuelgan dádivas y prendas relacionadas con la intimidad de los fieles que las depositan.”

Como veis, el lugar al final es realmente mágico y me fascina la idea de pasear de nuevo por él, en busca de tesoros, signos de aquella fuerza de fe, lazos invisibles que todo lo unen y que seguro que en ese bosque, tienen una puerta que trasciende el tiempo y toda ley física. 

Otro día... más.

Y ahora ya sin más dilación, que me están esperando para hacerlo, la receta de este espléndido pastel de moras. 

Ingredientes:

Para la masa.

150g. de harina
75g. de mantequilla a temperatura ambiente
Un huevo
40g. de azúcar
Un limón
Unas gotas de esencia de vainilla


Vamos allá: 

Tamizamos la harina y formamos un volcán, en donde pondremos la mantequilla troceada, el azúcar, unas gotas de esencia de vainilla, un poco de ralladura de limón y la yema de huevo, sólo la yema.




Amasamos ligeramente con la punta de los dedos y formamos cuando la masa esté ligada, una bola que pondremos en la nevera, envuelta en film transparente para que se enfríe el menos una hora.



Mientras tanto vamos con el relleno. 

Ingredientes para el relleno: 

300g. de moras
60g. de azúcar
2 yemas de huevo
Un vaso de leche
20g. de harina
Unas gotas de esencia de vainilla
Un limón
2 galletas
15g. de almendra molida


Se me fue el santo al cielo y no tengo foto de los ingredientes del relleno, pero no creo que presente ninguna dificultad. 

Así procedemos: 

Lavamos las moras con agua fría y las extendemos en un paño limpio para secarlas con mucha suavidad.

Por otra parte, ponemos al fuego en una cacerola, la leche con algunos trozos de piel de limón (sólo la parte amarilla).


Ahora en un bol, ponemos el azúcar y las yemas y con una cuchara de madera, batimos hasta que tenemos una crema blanquecina y espumosa


Entonces añadimos la harina y la vainilla, removiendo e integrando bien. Luego echamos en esta crema la leche hirviendo, colándola y una vez todo bien mezclado, volvemos la cacerola al fuego para cocer la crema hasta que esté espesa y hecha.




Las galletas las trituramos con ayuda de un rodillo y las mezclamos con la almendra molida. Reservamos



Y ahora volvemos con la masa.

Encamisamos un molde de 30x15cm aproximadamente y lo forramos con la masa, subiendo un poco por los laterales, haciendo un borde.

Reservaremos un cuarto de la masa sin usar.


Pinchamos con un tenedor la superficie para que no suba en el horno


Ahora colocamos la crema, repartiéndola bien y con cuidado de no dañar la masa. 

Sobre la crema, vamos a espolvorear la mezcla de galletas y almendras. No es necesario gastar toda la mezcla, la suficiente para espolvorear.


Una vez espolvoreado, añadimos las moras por todo.



Y retomamos la masa que dejamos reservada, extendemos bien y con un cortador rizado, hacemos tiras de un centímetro aproximadamente, que usaremos para formar un enrejillado sobre el pastel.




Acabamos pintando de huevo el enrejillado y metemos en el horno durante 30 o 40 minutos a fuego bajo, 170º hasta que veamos que la masa está ligeramente dorada y los bordes del pastel se ven hechos.


Desmoldar con mucho cuidado porque la masa es sumamente quebradiza, esa es su gracia. No es fácil de trabajar porque no tiene apenas elasticidad, pero merece la pena, hacerlo con cuidado porque la textura es extraordinaria.



El pastel es de delicado sabor y textura, realmente un bocado delicioso


Pero sobre todo, porque cuando cocinamos así, con la carga emocional, afectiva, vital de un paseo por el bosque, de una experiencia concreta… Esto señoras y señores, esto está muy, pero que muy bueno.


Venga, seguro que en muchos lugares cercanos a quienes estáis leyendo esto, hay moras.

No os lo perdáis.

Un abrazo

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