Hace ya algunos años, había en la calle Mayor de Alicante, un comercio antiguo llamado “La Mallorquina”. Era una confitería, pero una confitería bastante especial, porque sí, tenían pasteles, pero también tenían sobrasada de Mallorca y unas cuantas especialidades mallorquinas, que el propietario, D. Pedro Creixel, mallorquín afincado en Alicante, traía a su comercio. De entre todas las exquisiteces que se podían adquirir en aquel mítico mostrador, sin duda alguna, se llevaban todas las medallas las ensaimadas: enormes, rellenas de cabello de ángel, en sus típicas cajas planas y cuadradas. Atadas con una cinta de algodón, cuyo cruzado hacía de custodio del apetecible dulce, tenías que esperar a salir del local y quizás llegar a casa, para poder hincarle el diente a su crujiente. Las había en dos o tres tamaños y una vez las pedías, la dependienta, espolvoreaba con azúcar glass aquel manjar. ¡Cuántas veces he echado de menos esas ensaimadas! Quizás porque as...
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