A veces pequeñas vivencias parecen confluir en un punto, un mismo día, un mismo instante, como si estuvieran construyendo pieza a pieza, una idea. Muchas de esas veces, ni nos damos cuenta de ello, porque no son cosas demasiado impactantes en medio de una vida ajetreada, sobre todo si estamos viviendo con el piloto automático, un estado en el que estas cosas y otras muchas, pasan desapercibidas. Me doy cuenta de la fuerza nefasta que tiene la inercia hacia ese vivir sin vivir, horas o días enteros, por no decir años, que se viven sin darse cuenta, automáticamente, en una vorágine sin sentido, atontados por los excesos, adormecidos por la rutina o narcotizados con tanta distracción. Caminar, conducir, hablar, comer… Son actos cotidianos, pero actos sin existencia, si nuestra percepción no se detiene en ellos. En ese punto de reflexión, es cuando me apetece caminar descalza para sentir la tierra, deseo mirar en los secretos de las flores y emocionarme con sus det
Cocina y algo más