Os contaba la última vez, que me
ha dado por hacer atrapasueños, esa especie de amuleto procedente de los indios ojibwa. No es
que esté todo el día haciéndolos, pero es algo que me resulta relajante y
creativo y me lleva a muchos pensamientos casi diría que mágicos.
Hubo un tiempo en que estaba
convencida de que en mis venas había sangre de los indios norteamericanos. Adoraba
todo lo que tenía que ver con estos nobles pueblos que fueron casi aniquilados.
Ya de pequeñita cuando veía las clásicas películas de indios y vaqueros, cuando
los indios eran muy, muy malos y los vaqueros muy, muy buenos, yo siempre iba
con los indios, siempre quería que fueran ellos los que ganaran, aunque nunca
lo conseguían.
También es cierto que no es la
primera vez que pienso que debo tener antepasados de África, de los desiertos,
de las llanuras.
Ya estaréis pensando que estoy un
poco loca y eso que sólo os cuento un poquito, jajaja.
Australia, toda América latina,
la India…Una isla sin nombre, una montaña en silencio, un bosque junto al lago…
Siento que mi gente, es la gente que vive ahí, en todos esos lugares, en todo
el mundo.
Por eso, cuando escucho hablar de
los emigrantes, de los extranjeros, con ese desprecio, de los de aquí o los de
allá, da igual, fronteras por medio, políticas fascistas por medio, pienso lo
estúpido que me parece, la ceguera que significa, no darse cuenta que todo está
unido y que es un error muy grande creer que la gangrena de un pie, no tiene
nada que ver con una altiva mano o nuestra soberbia cabeza, que lo que nos
sucede en una parte, no va con lo que sucede en otra, cuando todo está
conectado, como lo está en un atrapasueños, su red, un hilo trenzado de aquí
para allá, con vueltas y dibujos en filigrana, pero todo un mismo hilo, del
cual, si tiras, acabas llegando al final.
Y supongo que me siento tejedora cuando hago atrapasueños, como cuando tejo historias que parecen no
tener nada que ver entre sí, cuando conecto
unas lentejas de Roma, con un tajine africano que llegó un día en barco a la
orilla del río Magdalena, en Colombia, en donde unos valientes indios Pijao, lo adoptaron
en su repertorio cerámico. Y de una cosa a otra, como veis, el tejido se va
trenzando y formando un hermoso entramado que todo lo conecta.
Pero centremos la historia un
poco por favor.
La gastronomía de Colombia hoy
día, es el resultado de tres grandes culturas. A saber: la indoamericana, es
decir, la cultura originaria de los indios nativos, la europea de los
colonizadores y la africana, procedente de los esclavos africanos que los
europeos, llevaron hasta allí.
Esto es importante, porque la
entrada de hoy va sobre un recipiente que es típicamente africano, el tajine,
que sin embargo, me llega desde Colombia, desde La Chamba concretamente. Un
recipiente hecho con una arcilla y unas técnicas ancestrales únicas, que
enseguida os contaré.
La historia comenzó un jueves,
cuando un alumno me trajo este precioso regalo.
El objeto en sí es tan bello, que
de inmediato me enamoró. Es agradable acariciarlo, por sus formas, es agradable
mirarlo, por su color intenso, sin estridencias y es agradable sentirlo, mucho
más cuando conoces su historia. Y sé que parecerá exagerado, pero cocinar en
él, es para mí todo un privilegio.
Se trata según me contó David, de
un tajine de alfarería orgánica, hecho de forma artesanal en los Andes
colombianos.
Está hecho con arcilla gris y en
lugar de estar barnizado, como la mayoría de los objetos de cerámica, aquí se
le aplica una capa de terracota muy fina, que una vez seca, se lustra con
cantos rodados de la piedra ojo de tigre. Es un objeto único, no hay dos piezas iguales en el mundo.
Estas cerámicas, se cuecen en una
urna, con polvo orgánico de hierbas, una técnica de más de 700 años de
antigüedad, que extrae el hierro de la capa de la superficie y le da al barro
ese color negro tan hermoso.
Naturalmente, escuchando esto de mi
alumno y leyendo en el librito que trae el tajine, en su caja, mi curiosidad se
desató y tuve que ir a investigar qué hay de ese pueblo que hace estos objetos
a la orilla del río Magdalena. Y así es como llegué a La Chamba, uno de los
centros cerámicos más reconocidos de Colombia, en donde el 85% de la población
es artesana de la cerámica.
Geográficamente se ubica al
suroeste de El Guamo, en el departamento de Tolima, a orillas del río
Magdalena.
Los primeros habitantes de este
hermoso territorio y precursores de esta artesanía con el barro, fueron los valientes
indios Pijao. Ellos ya elaboraban piezas ceremoniales de cerámica y cuenta la
historia que junto a los andaquíes, los pijao opusieron resistencia a los
colonizadores durante más de dos siglos, hasta que prácticamente fueron
aniquilados sin que consiguieran su rendición.
Las guerras pijaos acabaron con
el genocicio de sus hombres y la esclavización de sus mujeres a las que
forzaron al mestizaje y al catolicismo. Dan ganas de llorar saber que hasta el
idioma pijao se extinguió y que sólo se conservan un puñado de palabras.
Actualmente algunas asociaciones en Colombia, intentan
rescatar reductos de la cultura de este pueblo: sus costumbres, el folklore, la
religión, el idioma o su artesanía.
Indio pijao. Foto de Wikipedia
Pensando en cómo podría estrenar un
objeto tan noble y cargado con tanta historia, me vino a la mente un guiso de lentejas.
Mira por donde, por estos mismos
días, nuestra amiga Charo, del blog De Re Coqvinaria, publicaba unas lentejas
muy interesantes, al menos para mí, dado que
llevan anís y estoy preparando un curso de cocina tradicional con este
ingrediente.
En fin, como veis, el círculo
todavía sigue y sigue y la red, va dibujando sus calados.
La receta, nos cuenta Charo, figura
en el Heidelberg papyrus con el nombre de laganophake. Para
nosotros: guiso de lentejas con su toque de anís.
Veamos los ingredientes:
Una taza de lentejas pardinas
Una cucharadita de eneldo picado
Una cucharadita de comino en
grano
Una cucharadita de semillas de
anís
Dos cebollas
Media copa de vino tinto
Aceite de oliva virgen extra
Sal
Un huevo por comensal (opcional)
Decir que a la receta que nos da
Charo yo he hecho un par de modificaciones: por un lado, la cantidad de las
especias me parecían excesivas, así que cambié las cucharadas por cucharaditas.
Por otro lado, agregué la idea de
los huevos sobre la marcha, para completar el plato.
Y dicho esto, vamos con la
preparación:
Habremos puesto antes que nada,
las lentejas en remojo durante un par de horas.
Actualmente las lentejas están
seleccionadas de tal forma que son mucho más tiernas que las lentejas que
usaban nuestras abuelas. Antes había que remojarlas diez o doce horas, pero en
la actualidad, con un par de horas, será suficiente.
Seguimos cortando las cebollas en
brunoise y picamos las especias: eneldo, comino y semillas de anís
Hecho esto, colocamos el tajine
en el fuego con un fondo de aceite y freímos lentamente la cebolla
Cuando la cebolla está hecha,
añadimos las hierbas picadas
Añadimos también el vino y las
lentejas y cubrimos con agua el conjunto, dejando cocer a fuego lento, con el
tajine tapado, hasta que todo esté tierno.
El tajine, por su forma, apenas
evapora líquido, ya que la condensación de vapor que retiene la tapa en forma
cónica, retorna al recipiente. Esto hace posible cocer a fuego lento y de una
forma realmente deliciosa.
Cuando las lentejas están
tiernas, completaremos el plato añadiendo unos huevos que se harán con el calor
residual, ya estando el fuego apagado.
Y listo. Tapamos el tajine y a la
mesa.
En un par de minutos, los huevos
estarán en su punto
Clara cocida y yema
líquida
Vaaale, prometo no enrollarme tanto la próxima vez.
Pero probad estas lentejas, que están para morirse. Yo creo que toda esa historia,
de Roma a la Magdalena y por supuesto la de los indios pijao, también ha hecho lo suyo con los sabores.
Un abrazo
Uauuu Puri, me encanta el relato y qué decir de la receta....cuando vuelva de "la France" la probaré.....no estaría mal un viaje por Colombia 🤔
ResponderEliminarNo empecemos Marga, que tienes mucho peligro y aún no hemos empezado uno y ya te veo planificando el siguiente jajaja.
EliminarTe veo en un abrir y cerrar de ojos mi querida Thelma: ¿O eras Louise?
¡Cómo que prometes "no enrollarte tanto"! ¡Ni se te ocurra! Queremos que te enrolles todo lo que te de la gana, que nostr@s lo disfrutamos y tú te enrollas muy bien. Te digo más, si escribes un libro (cosa que harás) aquí tienes su primer lector.
ResponderEliminarY a propósito de los seres humanos:
Carlo Frabetti, en El País 03/03/2017
En tu álbum de fotos familiar hay un pez, te advierte Richard Dawkins en su libro 'La magia de la realidad'
En el fascinante libro de Richard Dawkins La magia de la realidad, hay un capítulo titulado “¿Quién fue la primera persona?”, en el que plantea la paradoja de la clasificación por especies. Como respuesta a su pregunta, Dawkins propone el siguiente experimento mental: imagina una enorme pila de fotografías que empieza con tu propia foto, seguida por la de tu padre, la de tu abuelo, tu bisabuelo…, y así hasta abarcar 185 millones de generaciones. ¿Qué nos encontraríamos?
“Nos encontramos con la paradoja de que nunca hubo una primera persona -dice Dawkins- porque cada persona pertenece a la misma especie que sus padres, y puedes ir tan atrás como quieras en el tiempo, sacar una fotografía de la pila y descubrir que tu abuelo de hace millones de años era un pez”. El término “especie”, por tanto, no es sino una convención para aludir a las diferencias genéticas entre individuos separados por miles de generaciones.
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Respecto a las lentejas... ¡otra maravilla entre las muchas que abundan en este maravilloso blog! Ya, ya sé que me repito, pero ¿no nos emociona cada amanecer? Puesto esto es lo mismo, pero sin madrugón, jajaja...
Un abrazo y una sonrisa.
Pues te sigo con la sonrisa y por supuesto con el abrazo, querido Loam. Me gusta la idea del pez, ya lo decía yo de esa otra forma, como el hilo del entramado. Podemos tirar y tirar, hasta el final o hasta el principio, que tanto da, si, y a pesar de todas las vueltas que demos, todo lo que habremos encontrado seguirá siendo hilo.
EliminarGracias por venir a dejarme... esa cosa que me dejas y que me encanta.